El valor del esfuerzo

Recuerdo perfectamente ese viernes en Estados Unidos, de vuelta en el autobús con el resto del equipo de tenis; 16 chicos y chicas entre 18 y 21 años. Nos esperaban 17 largas horas de carretera tras una intensa semana de competición contra universidades de Florida hasta llegar a nuestra casa, Campbell University (North Carolina). El protagonista era el silencio debido al cansancio acumulado y el madrugón que acabábamos de experimentar. También es verdad que reservábamos fuerzas para la cena y fiesta de esa noche, ya que las victorias conseguidas por el equipo masculino y femenino eran meritorias.

Las dos semanas anteriores habían sido realmente duras a nivel físico y mental en los entrenamientos (en algunos casos las metodologías eran intensas pero poco eficaces e incomprendidas dentro del equipo) y habíamos superado con nota la presión y los objetivos marcados a inicios de mes.

Especialmente contenta estaba yo, ya que Sandy, mi compañera de habitación y mejor amiga también volvía exitosa con el equipo de golf. Para mi ella era un referente. Durante las primeras semanas de competición cambió voluntariamente la técnica de sus golpes sustancialmente y eso hizo que tuviera que entrenar en doble sesión diaria para recuperar la confianza y las sensaciones. Atreverse a hacerlo bajo las circunstancias de student-athlete (renovación de beca universitaria supeditados a resultados deportivos) me pareció admirable. Sabía que habían sido unas semanas duras para ella y el hecho de que hubiera conseguido el mejor resultado del equipo en competición a modo individual me pareció una noticia buenísima y muy merecida. ¡Qué ganas de verla!

El viaje se eternizó, pero las caras de complicidad entre nosotros eran evidentes. Alguno aprovechaba para estudiar; una semana entera sin asistir a clase implicaba invertir las pocas horas de ocio en los estudios universitarios. Ana y yo coincidíamos en dos asignaturas de Psicología por lo que quedamos el lunes a las 7 am después de «Strengh&Conditioning» (de 6 a 7 am) para acabar de abordar los detalles del examen que teníamos a las 9:00 horas. Como os podéis imaginar. decidí no invertir demasiado tiempo en pensar cómo seria la mañana del lunes y preferí centrarme en el presente y disfrutar del momento. Había sido mi primera vez en Florida y me iba con muchísimas cosas en la mochila tanto a nivel personal como tenístico.

Llegamos por fin a nuestras instalaciones deportivas en Campbell University a media tarde. Curiosamente, el equipo de Golf ya estaba de vuelta. Ellos disponían de un presupuesto más amplio y podían disfrutar del avión como medio de transporte. ¡Qué privilegiados! El abrazo con Sandy no se hizo esperar. Las dos estábamos orgullosas de nuestros resultados y tras hacer la colada, empezamos a pensar ya en cómo celebrarlo.

Esa noche la fiesta fue en casa de Liza. ¡Hacía tiempo que no había tanto público! Me paré a mirar a mi alrededor, la mayoría de los asistentes eran caras conocidas, y todos parecían estar disfrutando de los éxitos logrados por ambos equipos. Se escuchaban a menudo los cánticos de la universidad. Sin embargo, al cruzar la mirada con Alberto, me di cuenta que su mente estaba ausente. Avanzada ya la noche y casi ya de retirada, me acerqué y le pregunté si todo iba bien. Respondió que si, por lo que insistí un poco más. ¿Seguro que todo va bien?

«La verdad es que estoy pensativo. Si te digo la verdad, os envidio a todos. Ojalá nunca hubiera dejado el equipo de golf.«

Alberto era más senior que yo y llevaba más tiempo en la universidad por lo que desconocía lo que me comentaba. Me explicó que cuando él llegó a la universidad ingresó en el equipo de golf con beca deportiva, pero debido a un malentendido con el entrenador (no estaba de acuerdo con la metodología de entreno) y al esfuerzo que implicaba (Strengh&Conditioning a las 6:00am, entrenos diarios, viajes, competiciones, renovación beca en base a resultados) decidió dejar el equipo y sus padres hicieron frente a la totalidad del coste de sus estudios universitarios. Se arrepentía de su decisión ya que había renunciado a muchísimo más.

Renunció a hacerse mejor cada día, a luchar por sus sueños, a responsabilizarse de su vida, a compartir buenos y malos momentos con sus compañeros, a superarse, a la frustración, a sacrificarse por los compañeros, al trabajo en equipo, a las emociones del deporte, a la alegría inexplicable que conllevan los éxitos tras el esfuerzo y a superar sus miedos.

Si os dijera que mi etapa como student-athlete fue un camino de rosas, mentiría. Pero cada vez que miro atrás me siento orgullosa de todas las experiencias vividas a lo largo de los tres años y de haber tenido la oportunidad de conocer a todas las personas con quién las compartí, que para mi, siempre serán mi segunda familia.

Esa noche comprendí el significado del valor del esfuerzo y el impacto de su retorno; incalculable.

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